El diálogo como disparador
Por Marcelo Mangone
No soy yo quien mira desde el interior de mi mirada al mundo,
sino que yo me veo a mí mismo con los ojos del mundo,
con los ojos ajenos; estoy poseído por el otro”.
Mijail M. Batjin
“La palabra es una mano invisible
que termina de dibujar en el espacio
lo que nace en el cuerpo”
Eugenio Barba
Todo proceso creador está constituido por una secuencia cíclica que atraviesa distintas fases. En la acción es complejo poder observar el hecho, dado que somos parte del mismo, una materia viva que interactúa con los otros elementos.
En mis épocas de estudiante indagué acerca de los procesos creativos de los grandes directores de escena, a veces desde libros, otra viendo puestas grabadas o en vivo, y tratando de desandar el camino que imaginaba, ellos, habían trazado. En ese momento pensaba que solo bastaba con copiar alguna fórmula. Hasta confieso haber dibujado algún que otro garabato a escondidas, como si hubiera descubierto una fórmula secreta. Error.
El proceso creativo es propio, personal, tan personal como la música del cuerpo, y cada creador debe ir buceando en su interior, desde el ensayo (la prueba y el error), su distintiva manera de acercarse a la creación.
Ahora: ¿Cuál es la forma óptima de encarar un proceso? ¿Hay una manera que pueda definirse como mejor a otra?
En el trabajo he podido descubrir reiteraciones de formas de abordaje e identificar, a su vez, algún tipo de identidad creativa propia, un lugar conocido al que trato de volver para sentirme seguro en alguna parte de la travesía. Ese lugar conocido del cual me invito a salir constantemente para buscar otras geografías que me permitan arriesgarme, explorar horizontes nuevos. Entrar y salir constantemente. De lo conocido a lo desconocido.
En el trabajo he podido descubrir reiteraciones de formas de abordaje e identificar, a su vez, algún tipo de identidad creativa propia, un lugar conocido al que trato de volver para sentirme seguro en alguna parte de la travesía. Ese lugar conocido del cual me invito a salir constantemente para buscar otras geografías que me permitan arriesgarme, explorar horizontes nuevos. Entrar y salir constantemente. De lo conocido a lo desconocido.
Aunque, indefectiblemente, cuando comienzo a trabajar me pregunto cómo saltar el vacío que me provoca la “obra” y el inicio del trabajo; tal vez sin darme cuenta que ese salto es el inicio del trabajo mismo, la pulsión inicial. Intento “dialogar” con el material, tratando que este me transforme y que me permita transformarlo, sin que ese “diálogo” sea un simple intercambio de información, sino material en puro trabajo de transformación.
Provocarse y provocar, tomar decisiones, mirar el mundo a través de una lente deformada para encontrar una nueva forma y deformarla, probar otros sabores, generar sonidos desde el silencio. Provocar la percepción constantemente.
También el proceso creativo nos enfrenta situaciones reconocibles que inciden negativamente. Ignorando aquellas inherentes a lo material y lo económico, hay bloqueos identificables que atentan contra nuestra creatividad. Bloqueos emocionales como: la impaciencia, el miedo al fracaso, la falta de motivación, la percepción estereotipada, la falta de habilidad para distinguir la fantasía de la realidad; y bloqueos racionales como: la tendencia a emitir juicios apresurados, el no aceptar la ambigüedad, la excesiva focalización del problema, la dificultad para tener una visión multifacética, son nuestros enemigos en el campo de la creación. Y la angustia del no saber que se pone de pié ante la necesidad de resolver, como diciendo “ y que querés loco, soy humano”.
La obra va pidiendo forma. Esa forma está agazapada, escondida, lista para ser descubierta en el entramado de los textos y las imágenes. Esas imágenes están dentro nuestro y se van develando una a una. Realmente no sé cómo la forma va forjándose, pero si siento que se devela gratamente en alguna parte del camino. Ahora: ¿la busco o la encuentro? ¿aparece o es descubierta? En este juego de ambigua realidad me encuentro muchas veces durante un proceso de creación y montaje. Sólo puedo afirmar que desde la acción, desde el hacer mismo, la imagen se transforma en forma escénica, color, sonido, textura, movimiento.
Cito un cometario de Ariel Barchilón, que creo resume claramente esta problemática, "Creo que todos tenemos certidumbres de todo tipo. Son creencias y/o saberes, desde dónde vivimos, opinamos, actuamos. Estas certidumbres nos dan seguridad, generan definiciones, límites, permiten emitir juicios sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo bello y lo feo, etc. Las certidumbres son, digamos, lugares conocidos, sitios de reposo y seguridad, nuestra propia quintita ordenada y apacible. En ella encontramos previsibilidad, repetición, orden y estabilidad. Todo esto es lo ya sabido, lo ya hecho, lo recibido, lo que traemos (la tradición). Pero para crear algo nuevo tenemos que entrar en otro territorio. A ese territorio podemos llamarle incertidumbre. Está en la frontera, es una zona de oscuridad, de no saber, de imprevisibilidad, y, sobre todo, de inseguridad y exposición. Esto último es muy difícil de vivir. Mi creencia sostiene que autores, directores y actores tienen que estar -en el momento de la creación- expuestos, desnudos, inseguros y vulnerables.”
Transitar por la frontera, por el límite entre el sueño y la vigilia, sin que invada el temor a caerse, ni la necesidad de tomar decisiones apresuradas. Las decisiones no las tomamos nosotros, las decisiones se toman a sí mismas si nos permitimos transitar por todas las opciones posibles con pasión. Según Broock, “la mente tiene muchos estratos", y para alcanzar el estrato más operativo, tiene que producirse un conflicto entre los impulsos sumergidos en una zona oculta y las voces confiadas procedentes de un nivel más superficial que afirma ser el que más sabe. Más que nada es el terror de manifestar indecisión frente a unos rostros que te juzgan y la necesidad de reafirmación lo que te empuja hacia delante, fingiendo saber lo que querés. Ahora, si uno no sabe aún qué quiere... ¿para qué fingir?.
Intentar llegar al corazón, a la médula del proceso creador y extraer de si mismo el material que se posee. Permitirse transitar por el caos, el caos propio, el que cada uno quiere y sabe generar, para después ordenar algo nuevo, diferente que permita abordar una nueva decisión.
En mi última puesta, “Manifiesto vs Manifiesto”, en codirección con Susana Torres Molina (también dramaturga de la obra) , participé de un trabajo grupal creativo en donde se partió de cero y se arribó a una producción teatral vívida y concreta.
En la creación grupal es primordial, para la convivencia y el bienestar, la determinación y el respeto por los roles y las características de los mismos. Eso estuvo muy claro en Manifiesto. Antes de comenzar a poner el cuerpo, lo límites del juego, a lo que jugaba cada integrante era concreto y nos daba seguridad. Cada uno aportaba desde su lugar, interviniendo en el lugar del otro sin desvalorizarlo.
El proyecto nació de un disparador ficcional escrito por Susana, el Manifiesto apócrifo de Rudolf Schwarzkogler, (artista austriaco, integrante del grupo denominado “Accionismo Vienés” que tuvo lugar entre los años 1965-1970 y que fue una propuesta muy radical y transgresora relacionada al Body art).
En la creación grupal es primordial, para la convivencia y el bienestar, la determinación y el respeto por los roles y las características de los mismos. Eso estuvo muy claro en Manifiesto. Antes de comenzar a poner el cuerpo, lo límites del juego, a lo que jugaba cada integrante era concreto y nos daba seguridad. Cada uno aportaba desde su lugar, interviniendo en el lugar del otro sin desvalorizarlo.
El proyecto nació de un disparador ficcional escrito por Susana, el Manifiesto apócrifo de Rudolf Schwarzkogler, (artista austriaco, integrante del grupo denominado “Accionismo Vienés” que tuvo lugar entre los años 1965-1970 y que fue una propuesta muy radical y transgresora relacionada al Body art).
Partimos de la base de lo rizomático, en donde la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. Todo cambia y nada cambia a la vez, es el actor que le da vida al espacio y lo modifica. Nos planteamos interrogantes: ¿Cuál es el límite del arte? ¿Verdad o simulacro?.
A partir de disparadores escénicos se provocaron juegos en los cuales los actores creaban desde el cuerpo y la palabra en acción, y la dramaturga capturaba material, los elaboraba, y en un nuevo ensayo era sometido a prueba. Cada uno de nosotros expresaba distintos puntos de vista, desde lo psicológico, lo estético, lo ético, y también desde sus experiencias “personales”.
Así se fue tejiendo el cuerpo de la pieza dramática. Luego de casi tres meses de ensayos la forma empezó a delinearse y pudo ser indagada, y, en cada encuentro, el material se modificaba, aunque ya tenía un rumbo claro. Escucharse y escuchar al otro fue un ejercicio de todos los ensayos, una práctica a la cual nos veíamos obligados a volver porque nuestra línea de trabajo así lo requería. Hasta dos días antes del estreno con Susana modificamos cosas, dejamos de lados deseso que, puestos en función del espectáculo, no sumaban. Cuando estrenamos la obra comenzó a tener vida propia, a completarse con el espectador a partir de una identidad que ya era imposible de modificar.
A partir de disparadores escénicos se provocaron juegos en los cuales los actores creaban desde el cuerpo y la palabra en acción, y la dramaturga capturaba material, los elaboraba, y en un nuevo ensayo era sometido a prueba. Cada uno de nosotros expresaba distintos puntos de vista, desde lo psicológico, lo estético, lo ético, y también desde sus experiencias “personales”.
Así se fue tejiendo el cuerpo de la pieza dramática. Luego de casi tres meses de ensayos la forma empezó a delinearse y pudo ser indagada, y, en cada encuentro, el material se modificaba, aunque ya tenía un rumbo claro. Escucharse y escuchar al otro fue un ejercicio de todos los ensayos, una práctica a la cual nos veíamos obligados a volver porque nuestra línea de trabajo así lo requería. Hasta dos días antes del estreno con Susana modificamos cosas, dejamos de lados deseso que, puestos en función del espectáculo, no sumaban. Cuando estrenamos la obra comenzó a tener vida propia, a completarse con el espectador a partir de una identidad que ya era imposible de modificar.
Transitar la delgada línea que separa el sueño de la vigilia , esa instancia en donde las sombras son grandes espacios de luz y el silencio se multiplica en infinidad de sonidos. Tansitarla sin temer al viaje, porque precisamente de eso se trata.
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